Cuando florece mi tarde vacía,
sólo repica tu nombre en mi cabeza,
como un eco, que grita cada vez más fuerte,
me retumba tanto tu nombre en mi mente
que por cada oración que diga,
me dan ganas de pronunciarlo al principio y al final,
y por cada coma que lleve lo que converse.
Porque no puedo deshacerme de ti con tu ausencia.
No puedo hacer algo si no estás.
¿Cómo decirte que te amo, si no estás?
¡Te extraño! si no estás.
Pero más me extraño a mí, cuando no estás,
y cuando estás; ¡Cómo cuestan hacer las cosas!
Me pregunto porqué viniste hacia mí; de qué modo.
O, ¿Cómo viniste hacia mí?
No es esto un lamento.
Mas bien, sí me lamento de ser inútil sin tu presencia,
y de ser poco útil sin tu ausencia.
Porque mi eficacia acaba cuando vuelvo a oír tu nombre.
Si fuéramos guerra, sería bandera blanca.
Si fuéramos cadena, sería tu primer eslabón.
Si eres sol, soy luz. Si eres mar, gota.
Pero como apenas te pareces al lapislázuli,
soy el brillo, de tu amor hacia mí.
Pues corre más sangre tuya en mí,
que sangre mía en mis venas.
Y que el mundo se acabe para no quererte
o si logra separarme de ti, algo que no sea la muerte.
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