Hay encuentros que llegan
con la forma del amor,
pero su fin es despertar.
No suceden para quedarse,
vienen a friccionar
el alma hasta que recuerde
su temperatura.
El agua, reconoce su reflejo en el fuego,
y por instantes ambos,
uno creen ser.
El fuego, bebe de esa calma,
que no sabe ser;
el agua enciende,
una claridad que desborda.
Cuando se miran,
algo más grande los mira a ellos.
No hay culpa,
sin demora,
pero tampoco pureza en ese gesto.
Solo dos fuerzas que se reconocen,
fuera del tiempo.
El fuego sigue su viaje,
el agua vuelve a su cauce.
Nadie vuelve igual.
Y aunque este mundo no lo entienda,
están destinados a la impermanencia,
esos amores,
no se vienen a quedar.
La vida,
sabe que son sagrados.
Abren, limpian, remueven
y dejan la puerta entreabierta
a lo infinito.
Hacia lo que todavía no había
sido visto.

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