... Con las Alas del Alma desplegadas al vient¤ ...

lunes, 31 de enero de 2011

Eres Indispensable


No quiero que esto suene
Como a un repertorio
De este amor que tiene
Su carácter contradictorio
Es difícil de explicar su contradicción
Pues, me nubla la expresión
El estado de este Amor es inalterable,
Es irónico e inseparable,
Es contradicción indeseable e inagotable;
Tú eres inalcanzable e indispensable.
Es incontrolable, este Amor por ti
Amor amable e imparable, amor sin fin.
Yo te quiero, por siempre,
Y por más que para siempre.
Y yo espero, por siempre,
Y por mas que para siempre.
Tener el privilegio de tenerte.
Pero no tenerte lejos.
Quiero que no me seas inalcanzable,
Tanto como me eres indispensable.
Quiero tener reflejos,
De tus ojos mostrando celos.
De tus caricias, llagas en mi piel,
Que prenden el fuego de tener tu miel.
Para vivir, para sufrir y reír.
Amor eterno que no lleva sufrimiento.
Solo lleva gotas de lamento.
Amor sano, con corazones en mano.
Yo te escribo por falta de valor.
Por que si te explico todo mi furor,
Que me provocas con tu mirar,
Me tachas por exagerar.
Algún día cuando no pienses en el dolor,
Que te causa el que no te merece,
Y te enteres que el que carece,
Te quiere como nadie.
Como nadie puede querer a alguien.
Como nadie puede vivir sin aire.
Como algún ateo siendo fraile.
Como nadie puede trepar el aire.
Como yo sin nadie que me diga, dónde y cómo encontrarte.
Como yo fabricando el viento que te despierte.
Y te gire y apunte a donde yo esté.
Porque solo tú eres mi gas inerte.
Solo para decirte que te quiero.
Llenar el alma de besos.
Poner en tu pelo, tinte de Amor.
Poner en tus ojos, el brillo que anuncia,
la ausencia nula de soledad.
Poner en tu piel rebalsada de verdad,
Un poco de ternura que me da tu lokura.
Para no envolverme y entristecerme
al aire perfumado de mujer ausente.
Borrar de tu mente, el rencor.
Y decirte que eres hermosa, con mucho fervor.
Amor tan cierto, como que existe el cielo.
Tan cierto, como el aire que respiro.
Tú eres el aire que respiro.
Tan cierto, como tu aroma a ti
Tú eres mis pulmones, y mi aire tu aroma.
Sólo quiero decirte ahora y siempre;
Que no puedo estar sin ti!




domingo, 30 de enero de 2011

Hijos Triunfadores


Hace unos siglos un famoso pensador griego dijo: 

"Lo único permanente es que vivimos en un mundo de cambios".



Debemos preparar a nuestros hijos para el mundo del futuro, no el mundo de nuestros padres ni el nuestro. En este mundo actual lo determinante para triunfar será el carácter, no exactamente el conocimiento, como muchos pudiéramos creer. Tener temple, salir de fracasos adecuadamente, hacer de los fracasos un desafío y no una tragedia..., eso será lo que buscarán los seleccionadores de personal. Para los trabajadores independientes será un autorequisito. Un hijo forjará carácter si percibe claramente la autoridad de los padres. Con presencia de autoridad los niños y jóvenes a su vez actuarán con autoridad para resolver sus problemas; actuarán por determinaciones. Sin presencia de autoridad nuestros hijos serán débiles de carácter y actuarán por impulsos con los consecuentes problemas de adaptación. ¿Exceso de autoridad? Siempre será mejor exceso que falta de autoridad. El límite de autoridad lo pone la siguiente regla: "La autoridad no debe humillar". Básicamente lo que es el niño o el joven hoy será el adulto del mañana. De vez en cuando hay que mirar al hijo como un adulto potencial. ¿Queremos que nuestros hijos no sufran? Entonces hay que prepararlos para sufrir. No podemos estarle evitando todo el tiempo todo posible sufrimiento ¿si no cuándo aprenderá? Debe comprender la muerte, los problemas de la vida, los problemas en el trato de sus congéneres. No debemos resolverles todos los problemas, hay que ayudarlos a que poco a poco los resuelvan ellos mismos. Nadie logra metas exitosas y duraderas sin un poco de sufrimiento. ¿Alguien imagina a un campeón de atletismo que no sufra para lograr sus marcas? Eso se aplica a todo tipo de campeón y a todo tipo de actividad. Siempre hay que pensar que, en parte, no queremos que ellos sufran para no sufrir nosotros, pero les hacemos un daño con miras al futuro. Hay que enseñarles a hacer ESFUERZOS SUPLEMENTARIOS. Que sepan que siempre se puede un poquito más. Recuerda que nadie recoge su cosecha sin sembrar muchas semillas y abonar mucha tierra. Es muy importante enseñarles a carecer, es decir a "sentir la falta de" y arreglárselas por sí mismos. Hay chicos que no juegan su deporte si no tienen zapatillas de "marca". Si no aprendes a carecer no aprendes a arreglártelas. Aunque tengamos para darles el 100%, los chicos deben saber el valor de las cosas. Si no lo hacen de chicos, les será muy difícil de adultos y allí sí que van a sufrir y nosotros también con ellos. ¿Cómo les enseñamos a carecer? ¡Dándoles un poquito menos de lo que necesitan! ¡No hay otra manera! Si no ¿cómo sienten la falta de? Así aprenden a apreciar lo que tienen. Aprenden a no ser ingratos. Aprenden a gozar de la vida porque muchas veces se goza en las cosas sencillas. Aprenden a no ser quejosos. Una excelente escuela para aprender a carecer (sin morir en el intento) es la mesa del hogar, la comida. ¿Qué debemos darles de comer? ¡Lo que nosotros decidamos que es bueno para ellos! Es no sólo por su bien estomacal, sino que es una excelente forma de que aprendan a carecer, que no sean ingratos, que no sean quejosos. "Mami... no me gustan las lentejas". Si quieren hacerles un bien para la vida, denles las lentejas. Habrá berrinches, no se exalten (autoridad no es gritar), que no coma si no quiere, pero cuando le vuelva el hambre: ¡SORPRESA! ... ¡Las lentejas del refrigerador calentadas! Parece increíble, pero si no hacemos este tipo de cosas no se podrá adaptar. La comida es una buena escuela del carecer, pues así no serán quisquillosos en sus relaciones sociales, en el trabajo y en el mundo real.
También hay que educarlos en el servicio. Una familia normal es un equipo de trabajo con pocas tareas: tender la cama, limpiar los cuartos, lavar los platos, pintar la casa, etc. Hay que educarlos para que realicen labores de hogar, aunque lo hagan mal al principio. Si no hacen este tipo de servicios luego tendrán problemas. Las escuelas más importantes de liderazgo del mundo enseñan a los jóvenes a carecer, para que sepan y entiendan el mundo y lo puedan liderar. ¿Mesadas? Que sean una cantidad fija, más bien, semanales y algo menos de lo que creen que necesitan Así aprenden a administrar el dinero. Claro que se deben aceptar excepciones, pero conversadas serenamente. Construyamos hijos luchadores, no debiluchos sobreprotegidos. Que se superen a sí mismos. Que tomen los problemas como desafíos para mejorar. Recuerden que nadie alcanza altura con un solo vuelo. También hay que ilusionarlos con ideales, metas futuras, sueños para que sean buenos de corazón. Importante también es estar convencidos de que triunfador no equivale a tener "dinero o propiedades" , triunfadores son aquellos que son felices con lo que hacen, con su vida. Solamente así podrán hacer felices a otros. Los hijos con carácter templado, conocimiento del carecer, educados en el servicio y plenos de amor e ilusiones serán hijos triunfadores. Los padres tenemos la gran responsabilidad de criar hijos que transformen nuestro país, en uno donde reine la libertad, la abundancia, la justicia y sobre todo la felicidad.


sábado, 29 de enero de 2011

Si te vas

Si te vas,
te irás sólo una vez,
para mí habrás muerto,
yo te pido que me lo hagas saber,
quiero estar despierto.
Porque si te vas
yo quiero creer
que nunca vas a volver;
dímelo y será
mucho menos cruel,
yo siempre supe perder.

Si te vas,
quiero verte partir,
saber que te has ido,
sin adioses el amar y el morir,
nunca son olvido.
Pájaro tu pie,
viento mi querer,
yo te puedo comprender,
sin saber por qué
no te podrás ir,
yo te quiero despedir.

Y no será por eso
que estemos separados,
aunque no te marcharas
lo nuestro está terminado.
Pero si te vas,
yo quiero creer
que nunca vas a volver.

Si te vas,
con amor o sin él,
debes irte sola
tus nostalgias y tus fugas de ayer,
ya no me enamoran.
Mírate vivir
sangre de gorrión,
te ha faltado corazón.
Yo bien puedo ser,
si te quieres ir,
el que te ayude a partir.

Si te vas,
no te vayas así,
llévate tu vida,
si no puedes olvidarme y partir
volarás herida.
Vete sin dolor,
debes comprender
que soy el mismo de ayer.
No hay mejor amor
que el que ya pasó,
se siente al decir adiós.


Alfredo Zitarrosa.



viernes, 28 de enero de 2011

Preguntas



¿Porque luchar por vivir, si vivimos para luchar?


¿Porque morir por vivir, si vivimos para morir?


Si vivimos para vivir, pues vivamos viviendo. Disfrutar la vida no quiere decir ser Hedonistas. Disfrutar la vida quiere decir ser Triunfador.



jueves, 27 de enero de 2011

No quiero fama



"La fama no hace al famoso mejor que yo, solo lo hace famoso"


El país de las Maravillas

    
    Verás que pronto llegará el día,  que tú querrás salir a buscar, aquel país de las Maravillas, que al irte para la cama te contaba tu Mamá.
    Y allí, doblando nomás la esquina, podrás encontrarte algún Dragón, verás mover sus siete cabezas con siete cuellos corbatas, buscándote el corazón.
    Te rodearán las Brujas del desencanto, que con su voz pueden transformarte en piedras, y encontrarás detrás de los escritorios, gigantes Lobos feroces queriéndote devorar.
    Aquel país de las maravillas tendrás que hacerlo de realidad, verás que no aparecen las Hadas, ni Genios que arreglen todo, ni Batman ni Superman.
    Y tú verás que el mundo no está embrujado, que es tan real como el Amigo que está a tu lado, y junto a él tomándote de la mano, podrás cumplir con tus sueños, haciéndolos realidad.
    Así tendrás las Botas de Siete leguas, y a los demás que sueñan como tú Sueñas, y aquel país nacido de Fantasía, será tan cierto algún día, como el pan de cada día.





miércoles, 26 de enero de 2011

Puntualidad




"Llegar a tiempo, es llegar 10 minutos antes. Llegar tarde, es llegar a tiempo."


.

martes, 25 de enero de 2011

Tu eres la excepción



"No dejo a nadie abrirles mis puertas, no dejo a nadie entrar a mi corazón y ser parte de mi vida. Pero si querés, solamente vos, podes entrar por la salida de emergencia, vas hasta el hall y te vas a encontrar con tu altar, y todo yo, con vos dentro mio"


lunes, 24 de enero de 2011

¿Qué parte de una persona es el Amigo?



"El Amigo es el torrente de la arteria del alma, que comparte vivencia y hace de ella una aventura, limpiando tu sangre con modales y consejos, haciendo sangre pura y palabras de anticuerpos, y haciendo de la arteria la vena a la Felicidad, que es el corazón de la Amistad."


Palabras para el Amigo



Cuando me llegan las ganas de escribir, me llegan así, decidor y sentido para no o para si.
Cuando me llegan las ganas de escribir, suelo escribir, lo que siente el que siente y quiere sentir.
Cuando me llegan las ganas de escribir, me meto en ellas, y ellas me cuentan sus cosas y yo, y yo también.
Cuando me llegan las ganas de escribir, les doy mis pensamientos y mi filosofía.
Porque que quiero a esta tierra que me ha dado Dios.
Cuando suelto mis ganas de escribir las habrán de ver, desnudas como el alma que pongo en ellas. Vénganse mis ganas, estoy aquí, esperando tus frases he de vivir, y abrazado a tus frases me han de encontrar los que miden el tiempo que fue y vendrá.
Nocheador de recuerdos me sé esperar, madrugadas de sueños de acá y de allá. Cuando el tiempo me llegue, va a quedar el calor de mis ganas de escribir, para los demás. Por eso, si abarco ancho ¿Qué hay?¿Me vas a decir que está mal porque a vos no te gusta? A mi tampoco me gusta el frío y lo mismo caen unos temporales de fríos helados. Y me los aguanto, porque sé que sirven aunque...aunque yo tirite. ¿Qué para que sirven?...Muy fácil; para saber lo lindo que es el calor. Si no existiera el no, el sí estaría de más. Se ha inventado el pecado, y ¿Para que sirve? Para poder ubicar cuatro palabras que son: "Eso no se hace". Se ha inventado el castigo, y ¿Para que sirve? Justamente para que otro pueda hacer lo que vos no debes hacer. Y se ha inventado el perdón y ¿Para que sirve? Para aliviar la conciencia del que lo dá, es una buena forma de perdonarse uno mismo, entonces, ya somos buenos, y podemos seguir bufando "Honestidad": Ajá; linda palabra, lástima que es medio larga. Será por eso que a veces es medio incómodo ubicarla: Ah!! si se le manca el zaino, no lo monte. ¿Sabes que pasa? Que todavía no aprendí a resbalarme cuesta arriba. Te voy a dar mucha gratitud si tratas de entenderme. Sé que es mucho pedir, no porque vos seas una ignorante, o una mal intencionada. Sino porque yo soy medio bagual y utilizo para hacerme entender un desparpajo de letras, que algunos le llaman texto o entrada o simplemente lo llaman nota; y que al final es lo mismo. Porque hay desparpajos de letras lindos y de los otros. Igual que las flores. ¿Vos alguna vez, miraste a las flores? Una vez en el campo observé que las abejas y las mariposas, no eligen las flores mas bonitas, para pararse arriba de ellas. De ahí aprendí, que lo lindo debe estar adentro. Igual que en el desparpajo de letras.Y si no, decime que tal es Betty la Fea.
De mirar para arriba, se me endureció el pescuezo, De ahí?... de ahí aprendí a mirar para abajo; y lo primero que vi, me dejó asombrado; vi a la raíz retorcida de una planta que asomaba como si fuera un callo crecido en el pecho de la tierra. Alrededor las hojas caídas y el ramerío seco y derrotado. Con un silbido gemidor y agonizante que acompañaba el viento del invierno.Vi una torcacita acurrucada al reparo de una paja brava. Que hacía retranca como defendiendo, ese hijo de carne tibia que su especie de yuyo no le dio. Su nido, su nido había volado, en una sacudida. Como voló el orgullo arrogante de la tupida copa. Y alli estaba la ráiz, sudándole rocío a las heladas. Creciendo por dentro, lamiendo toscas para parir veranos. De ahí...de ahí justamente aprendí, a mirar para abajo. Me miré los pies y me dio vergüenza, de ensuciar la tierra con las alpargatas. No sé si me entendés, pero no me arrimes leña yo tengo la mía. Me sobra un invierno, para arder todo un año. Quiero que me entiendas porque abarco ancho, porque yo no quiero dejar mis palomas a merced del viento sin tener reparos. Porque tengo raíces que crecen por dentro lamiendo las toscas para parir veranos. Por eso este desparpajo, o.....o por eso esta nota. Por eso me atrevo a tender la mano con mis pareceres que son unos cuantos, de hijo, de amigo y de hermano...
Perdoname, mi amiga, y no creas, que te voy a dar consejos, solamente en el reflejo de un parecer sin pasión, quiero darte la ocasión de verle el alma a su amigo. Seguro que de mi charla nada malo vas a sacar, si hasta puedo asegurar que sin tener mucha esencia, te va alegrar la conciencia, alguna que otra verdad. Verdades que fueron llagas, verdades que alivio fueron, verdades que se metieron con arrogancia salvaje, es el grito del gauchaje que se escucha hasta el cielo. En toda la huella larga donde mi voz se escuchó, hasta el viento se calmó para poderse enterar, que un hombre quiso escribir y porque quiso escribió. Ah! mi amiga, cuando vos sepas lo mucho que podés andar, cuando sepas la verdad de lo que el mundo atesora verás que el que escribe llora y el que llora escribe más. Es lindo sentirse sana y con la frente limpita. Es lindo ver de cerquita lo que de lejos se admira. Los placeres de la vida se gozan cuando se palpitan.
Cuando no se quiere ver no hay más que cerrar los ojos, pero no es bueno a mi antojo ser ciego por voluntad, castiga más la verdad el rancho que usa cerrojo.
Abrí grande la abrazada cuando es para dar bienestar, no esperes a que pidan más cuando es amor lo que imploran, respirá con las auroras y, cantá con y por la amistad. Dale abrigo al que precisa que su amigo precisó, no olvides que, sí, naciste y una mujer fue tu madre, sabés bien que por su sangre vos recibiste calor. Siempre es poco lo que des, si de cariño se trata, si de tu pecho desata el nudo de la bondad, amarás la libertad y ya habrás honrado a Dios.
El respeto debe ser, desde el mas chico al más grande. Respetá cuando vos mandes y respetá cuando sos mandada. Respetar y ser callada son las armas de la que sabe. Nunca te sientas humillada ni te arrodilles ante nada. Pero no gastes en paradas ni te hagas el lomo ladeado, el fierro más afilado se mella de una mirada. Sabé morderte la lengua cuando no tengas razón, el hombre que es moscardón nunca gana una partida, la palabra bien medida tiene el doble de valor. Si el perro mueve la cola el perro sabe lo que hace, nunca te metas ni pases por juez de problema ajeno, el rancho tuyo está lleno de cosas por arreglarse. El hombre no tema al hombre, porque el temer perjudica, la idea aunque a veces chica, de que aquel es superior, obliga a ser inferior y a que haga carne la pica. Pero tampoco te agrandes porque sepas un poco más, al caballo que desde atrás arranca sin banderola no hay lazo, ni pial, ni bola, que lo alcance a sujetar.
Si un día te da por cantar trata de hacerlo solita, aprendé del pajarito que canta por ser cantor pero sabé que la flor primero fue capullito. Tratá de ser llegadora con palabras decidoras, las cosas más entradoras son las que la gente comprende y sabé que no se vende la idea que se atesora. Si querés ser hombre libre cantá por la libertad, la lucha por la verdad se ha hecho para los varones, ladearse de los maulones alcanza para empezar. Es fácil mirar de arriba cuando abajo no se estuvo, el lechuzón por ojudo observa desde el alambre, pero va a matarse el hambre a la cueva del peludo. Si el de arriba tiene ganas el de abajo es el que aguanta, por eso a veces me encanta ver ladearle la osamenta. Y ver que el toro se encuentra con que el ternero se agranda. Nunca te dejes llevar por palmadas ni alabanzas. El graznido de la gansa es opaco y ordinario. Las cuentas de ese rosario no alimentan esperanzas. A veces... a veces el ser sumisa da lugar a confusión. Y en más de una ocasión te rasguñan las costillas. Si entonces mostrás cosquillas te acusan de rebeldona. Pero a veces la que aguanta, dice, basta y se acabó. 


Pero cuidado con que el odio empiece a roer la mente. Hay muchos hombres decentes que se mantienen enteros.


El odio es mal consejero, enfermedad de inconscientes.


Con no olvidar es suficiente, para que no pase otra vez.
Si el mal por el bien no es, el bien por el mal tampoco
Diferenciar cuesta poco, si se tiene sensatez.
Del gajo que da la parra es fea sacar estacas. Nace torcido y destaca su deforme horqueterío. Y aunque su tronco es umbrío, su fruta suele ser blanca. El color poco interesa si el jugo que da es mejor. Pero no fueron ni son los que para ejemplo he tomado, a esos hombres que han dejado que se le afloje el cinchón. 


Admiro al que se retuerce, pero entiéndase mi explique;
Para que el barro no salpique, se lo ha de pisar despacio.
El hombre ha de ser reacio, con causas que justifique.
Lo primero en aprender, es no dejarse pisar.
La prudencia y la verdad, son cosas que van parejas
Pero si sufris y te quejás, hay que saberse quejar.


Nunca vayas con tapujos, ni con muestrarios de ablande. El que te paga, que te mande, es justo y sin discusión. Pero nunca des ocasión, a que te chupen la sangre.
Para el/la amigo/a que precisa, trabajá sin interés.
Para ayudar, no hay una vez.
Nunca, cuentes tus gauchadas.
Acordarse y dar patadas, no aparejan honradez.


Hay quienes te dan la mano y uno confiado se la agarra. Después viene la fanfarria y da su grito cobarde. El bocón canta su alarde al sonar de las cascarrias.
Es fiero abrirse camino entre cardales chucientos. Pero ...pero si pasan los vientos, el hombre puede pasar
Tan solo se queda atrás, quien no abriga sentimientos.
Perdoname..perdoname el palabrerío, es mi forma de expresión.
Pero teniendo razón yo las mando derecho, y aunque no escribo bonito, escribo con inspiración. No me achico en la postura, ni retiro lo bancado. Si mi taba se ha clavado, en las patas del que copa. Que la pise el que lo toca y se cuide del blanqueado.


Mil ejemplos da la vida, para el que los quiera tomar.
No es fácil poder guardar, tanta agua en un solo aljibe; Pero siempre se consigue cubrir la necesidad.


Cuanto más cosas se saben, más quedan por aprender.
La ayuda que da el saber, termina lo que se ignora.
Si hasta la luz del aurora, termina al anochecer.
Si el hombre quiere vivir, debe cambiar de querencia.
No es bueno ni encierra esencia, nacer y quedarse quieto.
El andar...el andar para mis defectos, ha sido madre experiencia.
El andar regala vida, vagar regala abandono.
Diferencia que de asombro, tal vez te invite a pensar.
Pero puedo asegurar que, el que vive es uno solo.
Andar y andar por andar, es quedarse donde está.
Si el hombre quiere avanzar, debe aprender cuanto pueda.
Vive aquel que no se queda, el otro...el otro dura nomás.


Hay cosas que uno pregunta y nadie sabe explicar, el derecho de ignorar tiene razón limitada. La explicación regalada, a veces suele hacer mal. El tranco del buey es lento, pero su fuerza es pareja. Mi parecer lo asemeja al hombre que es sabedor, lento el tiempo es gran señor y grande el tendal que deja.


Al que vive del ayer, jamás le llega un mañana. Se envuelve solo y se afana, por conservar la distancia. La grasa se pone rancia, a fuerza de estar colgada. También está el que de apuro, del presente se ha olvidado. Vive siempre fatigado, por alcanzar el mañana. Hoy se queda con las ganas, y mañana con pasado.
De las dos formas de vida ninguna es buena a mi ver. Que el que guarda va tener, es cosa ya muy sabida. Pero en las horas perdidas, jamás se encuentra un después. La vida...la vida es solo presente, el futuro es esperanza. Es bueno tener constancia y mirar con claridad. Si el hoy es conformidad, mañana es perseverancia.
No quieran mis intenciones, alterar tu independencia. Jamás mi precaria esencia, quiera imponer tiranía. La luz que regala el día, nace en tu propia conciencia. No hay ser que tenga mas fuerza que el que obra con honradez. No implores si alguna vez la injusticia te maltrata. La razón aunque ande en patas camina con altivez.


Muéstrese siempre sencillo, sin gritar ni hacer alarde.
La humildad no es ser cobarde, es muestra de educación.
Y no esperés una ocasión, para sacar trapos al aire.
No hay cosa más repugnante, que el comentario viajero.
Los chismes del orejero, y el cuereo a lo comadre.
Son cosas que donde cuadre, debe huirle al entrevero.
Siempre existe la ocasión, para poderse entreverar; El arte de lacranear, no existe más herramienta; Que tener la jeta suelta, y usarla para los demás.
Muy ignorante ha de ser, el que sufre por los cuentos. Hay hombres que están contentos, y por una chismoceada. Empiezan a las patadas, y se hacen un mundo al momento. Y está el otro que la goza, viendo sufrir al pavote. Estira largo el cogote, para mirar como patea. La víbora culebrea, y hace gala de su dote. Hay veces que el hombre, siente necesidad de decir; Cosas que al ir y venir, de esta vida sobradora; Al fin se hacen cansadoras, y uno tiene que escupir.


No hay desgracia mas atroz, en la vida del humano. Que ampararse en el desgano, por ocultar su razón. No hay cielo que dé perdón, para el que oficia de gusano.


Hablar de esto llevaría mas tiempo que un almanaque pero yo te brindo, y empacá tu lengua en lugar sencillo. Que la persona que tiene bozal, es difícil que se le escape.
Por eso mi amiga repito, que consejos no te doy. Todo lo que escribo hoy y todo lo que ayer escribí, mañana lo enseñaré, de puro humano que soy.



domingo, 23 de enero de 2011

Balada para un Loco



Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste? Salís de tu casa, por Arenales. Lo de siempre: en la calle y en vos. . . Cuando, de repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo. Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus: medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre levantada en cada mano. Jajaja...¡Te reís!... Pero sólo vos me ves: porque los maniquíes me guiñan; los semáforos me dan tres luces celestes, y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares. ¡Vení!, que así, medio bailando y medio volando, me saco el melón para saludarte, te regalo una banderita, y te digo...


Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao...
No ves que va la luna rodando por Callao;
que un corso de astronautas y niños, con un vals,
me baila alrededor... ¡Bailá! ¡Vení! ¡Volá!


Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao...
Yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión;
y a vos te vi tan triste... ¡Vení! ¡Volá! ¡Sentí!...
el loco berretín que tengo para vos:


¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Cuando anochezca en tu porteña soledad,
por la ribera de tu sábana vendré
con un poema y un trombón
a desvelarte el corazón.


¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Como un acróbata demente saltaré,
sobre el abismo de tu escote hasta sentir
que enloquecí tu corazón de libertad...
¡Ya vas a ver! Je...


Salgamos a volar, querida mía;
subite a mi ilusión super-sport,
y vamos a correr por las cornisas
¡Con una golondrina en el motor!


De Vieytes nos aplauden: "¡Viva! ¡Viva!",
Je...los locos que inventaron el Amor;
y un ángel y un soldado y una niña
nos dan un valsecito bailador.


Nos sale a saludar la gente linda...
Y loco, pero loco tuyo, ¡Qué sé yo?!:
provoco campanarios con la risa,
y al fin, te miro, y canto a media voz:


Quereme así, piantao, piantao, piantao...
Trepate a esta ternura de locos que hay en mí,
ponete esta peluca de alondras, ¡Y volá!
¡Volá conmigo ya! ¡Vení, volá, vení!


Quereme así, piantao, piantao, piantao...
Abrite los amores que vamos a intentar
la mágica locura total de revivir...
¡Vení, volá, vení! ¡Trai-lai-la-larará!


¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!
Loca ella y loco yo...
¡Locos! ¡Locos! ¡Locos!
¡Locos Todos! ¡Todos Locos!
¡Loca ella y loco yo!
¡Todos Locos!
¡Loca ella! y ¡ Loco YO!



Amigos tiernos



"Si alguna vez encuentras cerrada la puerta de mi corazón, empújala, derríbala, tírala abajo y entra."


sábado, 22 de enero de 2011

Carta a un Amigo



No puedo darte soluciones
para todos los problemas de la vida,
ni tengo respuestas para tus dudas o temores,
pero puedo escucharte y buscarlas junto a ti.
No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro.
Pero cuando me necesites, estaré allí.

No puedo evitar que tropieces.
Solamente puedo ofrecerte mi mano
para que te sujetes y no caigas.

Tus alegrías, tu triunfo y tus éxitos no son míos.
Pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.

No juzgo las decisiones que tomas en la vida.
Me limito a apoyarte,
a estimularte y a ayudarte si me lo pides.

No puedo impedir que te alejes de mí.
Pero si puedo desearte lo mejor
y esperar a que vuelvas.

No puedo trazarte límites
dentro de los cuales debas actuar,
pero sí te ofrezco el espacio necesario para crecer.
No puedo evitar tus sufrimientos
cuando alguna pena te parte el corazón,
pero puedo llorar contigo
y recoger los pedazos para armarlo de nuevo.

No puedo decirte quién eres ni quién deberías ser.
Solamente puedo quererte como eres y ser tu amigo.


miércoles, 19 de enero de 2011

El Aleph


O God, I could be bounded in a nutshell and
count myself a King of infinite space.
Hamlet, II, 2

But they will teach us that Eternity is the
Standing still of the Present Time, a Nuncstans (ast the Schools call it); which neither
they, nor any else understand, no more than
they would a Hic-stans for an Infinite
greatnesse of Place.
Leviathan, IV, 46


La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa
agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las
carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de
cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo
ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el
universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana
devoción la había exasperado; muerta yo podía consagrarme a su memoria, sin
esperanza, pero también sin humillación. Consideré que el treinta de abril era su
cumpleaños; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos
Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez
ineludible. De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita, de nuevo
estudiaría las circunstancias de sus muchos retratos. Beatriz Viterbo, de perfil, en
colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de
Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del
divorcio, en un almuerzo del Club Hípico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco
Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekinés que le regaló Villegas Haedo;
Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo, la mano en el mentón... No estaría
obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros:
libros cuyas páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después,
que estaban intactos.
Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces, no dejé pasar un treinta de abril sin
volver a su casa. Yo solía llegar a las siete y cuarto y quedarme unos veinticinco
minutos; cada año aparecía un poco más tarde y me quedaba un rato más; en 1933, una
lluvia torrencial me favoreció: tuvieron que invitarme a comer. No desperdicié, como es
natural, ese buen precedente; en 1934, aparecí, ya dadas las ocho, con un alfajor
santafecino; con toda naturalidad me quedé a comer. Así, en aniversarios melancólicos
y vanamente eróticos, recibí las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri.
Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar (si el oxímoron es
tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis; Carlos Argentino es
rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. Ejerce no sé qué cargo subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur; es autoritario, pero también es ineficaz;
aprovechaba, hasta hace muy poco, las noches y las fiestas para no salir de su casa. A
dos generaciones de distancia, la ese italiana y la copiosa gesticulación italiana
sobreviven en él. Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo
insignificante. Abunda en inservibles analogías y en ociosos escrúpulos. Tiene (como
Beatriz) grandes y afiladas manos hermosas. Durante algunos meses padeció la
obsesión de Paul Fort, menos por sus baladas que por la idea de una gloria intachable.
"Es el Príncipe de los poetas de Francia", repetía con fatuidad. "En vano te revolverás
contra él; no lo alcanzará, no, la más inficionada de tus saetas."
El treinta de abril de 1941 me permití agregar al alfajor una botella de coñac del país.
Carlos Argentino lo probó, lo juzgó interesante y emprendió, al cabo de unas copas, una
vindicación del hombre moderno.
—Lo evoco —dijo con una animación algo inexplicable— en su gabinete de estudio,
como si dijéramos en la torre albarrana de una ciudad, provisto de teléfonos, de
telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos, de linternas
mágicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines...
Observó que para un hombre así facultado el acto de viajar era inútil; nuestro siglo XX
había transformado la fábula de Mahoma y de la montaña; las montañas, ahora,
convergían sobre el moderno Mahoma.
Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposición, que las
relacioné inmediatamente con la literatura; le dije que por qué no las escribía.
Previsiblemente respondió que ya lo había hecho: esos conceptos, y otros no menos
novedosos, figuraban en el Canto Augural, Canto Prologal o simplemente CantoPrólogo de un poema en el que trabajaba hacía muchos años, sin réclame, sin bullanga
ensordecedora, siempre apoyado en esos dos báculos que se llaman el trabajo y la
soledad. Primero, abría las compuertas a la imaginación; luego, hacía uso de la lima. El
poema se titulaba La Tierra; tratábase de una descripción del planeta, en la que no
faltaban, por cierto, la pintoresca digresión y el gallardo apóstrofe.
Le rogué que me leyera un pasaje, aunque fuera breve. Abrió un cajón del escritorio,
sacó un alto legajo de hojas de block estampadas con el membrete de la Biblioteca Juan
Crisóstomo Lafinur y leyó con sonora satisfacción:
He visto, como el griego, las urbes de los hombres,
los trabajos, los días de varia luz, el hambre;
no corrijo los hechos, no falseo los nombres,
pero el voyage que narro, es... autour de ma chambre.
—Estrofa a todas luces interesante —dictaminó—. El primer verso granjea el aplauso
del catedrático, del académico, del helenista, cuando no de los eruditos a la violeta,
sector considerable de la opinión; el segundo pasa de Homero a Hesíodo (todo un
implícito homenaje, en el frontis del flamante edificio, al padre de la poesía didáctica),
no sin remozar un procedimiento cuyo abolengo está en la Escritura, la enumeración,
congerie o conglobación; el tercero —¿barroquismo, decadentismo; culto depurado y
fanático de la forma?— consta de dos hemistiquios gemelos; el cuarto, francamente
bilingüe, me asegura el apoyo incondicional de todo espíritu sensible a los desenfadados envites de la facecia. Nada diré de la rima rara ni de la ilustración que me permite, ¡sin
pedantismo!, acumular en cuatro versos tres alusiones eruditas que abarcan treinta siglos
de apretada literatura: la primera a la Odisea, la segunda a los Trabajos y días, la tercera
a la bagatela inmortal que nos depararan los ocios de la pluma del saboyano...
Comprendo una vez más que el arte moderno exige el bálsamo de la risa, el scherzo.
¡Decididamente, tiene la palabra Goldoni!
Otras muchas estrofas me leyó que también obtuvieron su aprobación y su comentario
profuso. Nada memorable había en ellas; ni siquiera las juzgué mucho peores que la
anterior. En su escritura habían colaborado la aplicación, la resignación y el azar; las
virtudes que Daneri les atribuía eran posteriores. Comprendí que el trabajo del poeta no
estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera
admirable; naturalmente, ese ulterior trabajo modificaba la obra para él, pero no para
otros. La dicción oral de Daneri era extravagante; su torpeza métrica le vedó, salvo
contadas veces, trasmitir esa extravagancia al poema(1).
Una sola vez en mi vida he tenido ocasión de examinar los quince mil dodecasílabos del
Polyolbion, esa epopeya topográfica en la que Michael Drayton registró la fauna, la
flora, la hidrografía, la orografía, la historia militar y monástica de Inglaterra; estoy
seguro de que ese producto considerable, pero limitado, es menos tedioso que la vasta
empresa congénere de Carlos Argentino. Éste se proponía versificar toda la redondez
del planeta; en 1941 ya había despachado unas hectáreas del estado de Queensland, más
de un kilómetro del curso del Ob, un gasómetro al norte de Veracruz, las principales
casas de comercio de la parroquia de la Concepción, la quinta de Mariana Cambaceres
de Alvear en la calle Once de Septiembre, en Belgrano, y un establecimiento de baños
turcos no lejos del acreditado acuario de Brighton. Me leyó ciertos laboriosos pasajes de
la zona australiana de su poema; esos largos e informes alejandrinos carecían de la
relativa agitación del prefacio. Copio una estrofa:
Sepan. A manderecha del poste rutinario
(viniendo, claro está, desde el Nornoroeste)
se aburre una osamenta —¿Color? Blanquiceleste—
que da al corral de ovejas catadura de osario.
—Dos audacias —gritó con exultación—, rescatadas, te oigo mascullar, por el éxito. Lo
admito, lo admito. Una, el epíteto rutinario, que certeramente denuncia, en passant, el
inevitable tedio inherente a las faenas pastoriles y agrícolas, tedio que ni las geórgicas ni
nuestro ya laureado Don Segundo se atrevieron jamás a denunciar así, al rojo vivo. Otra,
el enérgico prosaísmo se aburre una osamenta, que el melindroso querrá excomulgar
con horror pero que apreciará más que su vida el crítico de gusto viril. Todo el verso,
por lo demás, es de muy subidos quilates. El segundo hemistiquio entabla animadísima
charla con el lector; se adelanta a su viva curiosidad, le pone una pregunta en la boca y
la satisface... al instante. ¿Y qué me dices de ese hallazgo, blanquiceleste? El pintoresco
neologismo sugiere el cielo, que es un factor importantísimo del paisaje australiano. Sin
esa evocación resultarían demasiado sombrías las tintas del boceto y el lector se vería
compelido a cerrar el volumen, herida en lo más íntimo el alma de incurable y negra
melancolía.
Hacia la medianoche me despedí. Dos domingos después, Daneri me llamó por teléfono, entiendo que por primera vez en
la vida. Me propuso que nos reuniéramos a las cuatro, "para tomar juntos la leche, en el
contiguo salón-bar que el progresismo de Zunino y de Zungri —los propietarios de mi
casa, recordarás— inaugura en la esquina; confitería que te importará conocer". Acepté,
con más resignación que entusiasmo. Nos fue difícil encontrar mesa; el "salón-bar",
inexorablemente moderno, era apenas un poco menos atroz que mis previsiones; en las
mesas vecinas, el excitado público mencionaba las sumas invertidas sin regatear por
Zunino y por Zungri. Carlos Argentino fingió asombrarse de no sé qué primores de la
instalación de la luz (que, sin duda, ya conocía) y me dijo con cierta severidad:
—Mal de tu grado habrás de reconocer que este local se parangona con los más
encopetados de Flores.
Me releyó, después, cuatro o cinco páginas del poema. Las había corregido según un
depravado principio de ostentación verbal: donde antes escribió azulado, ahora
abundaba en azulino, azulenco y hasta azulillo. La palabra lechoso no era bastante fea
para él; en la impetuosa descripción de un lavadero de lanas, prefería lactario,
lacticinoso, lactescente, lechal... Denostó con amargura a los críticos; luego, más
benigno, los equiparó a esas personas, "que no disponen de metales preciosos ni
tampoco de prensas de vapor, laminadores y ácidos sulfúricos para la acuñación de
tesoros, pero que pueden indicar a los otros el sitio de un tesoro". Acto continuo
censuró la prologomanía, "de la que ya hizo mofa, en la donosa prefación del Quijote,
el Príncipe de los Ingenios". Admitió, sin embargo, que en la portada de la nueva obra
convenía el prólogo vistoso, el espaldarazo firmado por el plumífero de garra, de fuste.
Agregó que pensaba publicar los cantos iniciales de su poema. Comprendí, entonces, la
singular invitación telefónica; el hombre iba a pedirme que prologara su pedantesco
fárrago. Mi temor resultó infundado: Carlos Argentino observó, con admiración
rencorosa, que no creía errar en el epíteto al calificar de sólido el prestigio logrado en
todos los círculos por Álvaro Melián Lafinur, hombre de letras, que, si yo me
empeñaba, prologaría con embeleso el poema. Para evitar el más imperdonable de los
fracasos, yo tenía que hacerme portavoz de dos méritos inconcusos: la perfección
formal y el rigor científico, "porque ese dilatado jardín de tropos, de figuras, de
galanuras, no tolera un solo detalle que no confirme la severa verdad". Agregó que
Beatriz siempre se había distraído con Álvaro.
Asentí, profusamente asentí. Aclaré, para mayor verosimilitud, que no hablaría el lunes
con Álvaro, sino el jueves: en la pequeña cena que suele coronar toda reunión del Club
de Escritores. (No hay tales cenas, pero es irrefutable que las reuniones tienen lugar los
jueves, hecho que Carlos Argentino Daneri podía comprobar en los diarios y que dotaba
de cierta realidad a la frase.) Dije, entre adivinatorio y sagaz, que antes de abordar el
tema del prólogo, describiría el curioso plan de la obra. Nos despedimos; al doblar por
Bernardo de Irigoyen, encaré con toda imparcialidad los porvenires que me quedaban:
a) hablar con Álvaro y decirle que el primo hermano aquel de Beatriz (ese eufemismo
explicativo me permitiría nombrarla) había elaborado un poema que parecía dilatar
hasta lo infinito las posibilidades de la cacofonía y del caos; b) no hablar con Álvaro.
Preví, lúcidamente, que mi desidia optaría por b.
A partir del viernes a primera hora, empezó a inquietarme el teléfono. Me indignaba que
ese instrumento, que algún día produjo la irrecuperable voz de Beatriz, pudiera rebajarse
a receptáculo de las inútiles y quizá coléricas quejas de ese engañado Carlos Argentino Daneri. Felizmente, nada ocurrió —salvo el rencor inevitable que me inspiró aquel
hombre que me había impuesto una delicada gestión y luego me olvidaba.
El teléfono perdió sus terrores, pero a fines de octubre, Carlos Argentino me habló.
Estaba agitadísimo; no identifiqué su voz, al principio. Con tristeza y con ira balbuceó
que esos ya ilimitados Zunino y Zungri, so pretexto de ampliar su desaforada confitería,
iban a demoler su casa.
—¡La casa de mis padres, mi casa, la vieja casa inveterada de la calle Garay! —repitió,
quizá olvidando su pesar en la melodía.
No me resultó muy difícil compartir su congoja. Ya cumplidos los cuarenta años, todo
cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo; además, se trataba de una casa
que, para mí, aludía infinitamente a Beatriz. Quise aclarar ese delicadísimo rasgo; mi
interlocutor no me oyó. Dijo que si Zunino y Zungri persistían en ese propósito absurdo,
el doctor Zunni, su abogado, los demandaría ipso facto por daños y perjuicios y los
obligaría a abonar cien mil nacionales.
El nombre de Zunni me impresionó; su bufete, en Caseros y Tacuarí, es de una seriedad
proverbial. Interrogué si éste se había encargado ya del asunto. Daneri dijo que le
hablaría esa misma tarde. Vaciló y con esa voz llana, impersonal, a que solemos recurrir
para confiar algo muy íntimo, dijo que para terminar el poema le era indispensable la
casa, pues en un ángulo del sótano había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los
puntos del espacio que contienen todos los puntos.
—Está en el sótano del comedor —explicó, aligerada su dicción por la angustia—. Es
mío, es mío: yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar. La escalera del sótano
es empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un
mundo en el sótano. Se refería, lo supe después, a un baúl, pero yo entendí que había un
mundo. Bajé secretamente, rodé por la escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi el
Aleph.
—¿El Aleph? —repetí.
—Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde
todos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño no podía
comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el poema!
No me despojarán Zunino y Zungri, no y mil veces no. Código en mano, el doctor
Zunni probará que es inajenable mi Aleph.
Traté de razonar.
—Pero, ¿no es muy oscuro el sótano?
—La verdad no penetra en un entendimiento rebelde. Si todos los lugares de la tierra
están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros
de luz.
—Iré a verlo inmediatamente. Corté, antes de que pudiera emitir una prohibición. Basta el conocimiento de un hecho
para percibir en el acto una serie de rasgos confirmatorios, antes insospechados; me
asombró no haber comprendido hasta ese momento que Carlos Argentino era un loco.
Todos esos Viterbo, por lo demás... Beatriz (yo mismo suelo repetirlo) era una mujer,
una niña de una clarividencia casi implacable, pero había en ella negligencias,
distracciones, desdenes, verdaderas crueldades, que tal vez reclamaban una explicación
patológica. La locura de Carlos Argentino me colmó de maligna felicidad; íntimamente,
siempre nos habíamos detestado.
En la calle Garay, la sirvienta me dijo que tuviera la bondad de esperar. El niño estaba,
como siempre, en el sótano, revelando fotografías. Junto al jarrón sin una flor, en el
piano inútil, sonreía (más intemporal que anacrónico) el gran retrato de Beatriz, en
torpes colores. No podía vernos nadie; en una desesperación de ternura me aproximé al
retrato y le dije:
—Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para
siempre, soy yo, soy Borges.
Carlos entró poco después. Habló con sequedad; comprendí que no era capaz de otro
pensamiento que de la perdición del Aleph.
—Una copita del seudo coñac —ordenó— y te zampuzarás en el sótano. Ya sabes, el
decúbito dorsal es indispensable. También lo son la oscuridad, la inmovilidad, cierta
acomodación ocular. Te acuestas en el piso de baldosas y fijas los ojos en el
decimonono escalón de la pertinente escalera. Me voy, bajo la trampa y te quedas solo.
Algún roedor te mete miedo ¡fácil empresa! A los pocos minutos ves el Aleph. ¡El
microcosmo de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el multum
in parvo!
Ya en el comedor, agregó:
—Claro está que si no lo ves, tu incapacidad no invalida mi testimonio... Baja; muy en
breve podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz.
Bajé con rapidez, harto de sus palabras insustanciales. El sótano, apenas más ancho que
la escalera, tenía mucho de pozo. Con la mirada, busqué en vano el baúl de que Carlos
Argentino me habló. Unos cajones con botellas y unas bolsas de lona entorpecían un
ángulo. Carlos tomó una bolsa, la dobló y la acomodó en un sitio preciso.
—La almohada es humildosa —explicó—, pero si la levanto un solo centímetro, no
verás ni una pizca y te quedas corrido y avergonzado. Repantiga en el suelo ese
corpachón y cuenta diecinueve escalones.
Cumplí con sus ridículos requisitos; al fin se fue. Cerró cautelosamente la trampa; la
oscuridad, pese a una hendija que después distinguí, pudo parecerme total. Súbitamente
comprendí mi peligro: me había dejado soterrar por un loco, luego de tomar un veneno.
Las bravatas de Carlos transparentaban el íntimo terror de que yo no viera el prodigio;
Carlos, para defender su delirio, para no saber que estaba loco, tenía que matarme. Sentí
un confuso malestar, que traté de atribuir a la rigidez, y no a la operación de un
narcótico. Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph. Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de
escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado
que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi
temerosa memoria apenas abarca? Los místicos, en análogo trance, prodigan los
emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo
es todos los pájaros; Alanus de Insulis, de una esfera cuyo centro está en todas partes y
la circunferencia en ninguna; Ezequiel, de un ángel de cuatro caras que a un tiempo se
dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur. (No en vano rememoro esas
inconcebibles analogías; alguna relación tienen con el Aleph.) Quizá los dioses no me
negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría
contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es irresoluble:
la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he
visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de
que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que
vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es.
Algo, sin embargo, recogeré.
En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de
casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese
movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba.
El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba
ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas
cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso
mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en
el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos
inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y
ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace
treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas
de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de
arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo
cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes
hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de
Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo
solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran
en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en
Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin
nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo
multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el
alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando
tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras
oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes,
marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa,
vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles,
precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la
Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la
circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la
muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra
vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo
y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre
usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo. Sentí infinita veneración, infinita lástima.
—Tarumba habrás quedado de tanto curiosear donde no te llaman —dijo una voz
aborrecida y jovial—. Aunque te devanes los sesos, no me pagarás en un siglo esta
revelación. ¡Qué observatorio formidable, che Borges!
Los zapatos de Carlos Argentino ocupaban el escalón más alto. En la brusca penumbra,
acerté a levantarme y a balbucear:
—Formidable. Sí, formidable.
La indiferencia de mi voz me extrañó. Ansioso, Carlos Argentino insistía:
—¿Lo viste todo bien, en colores?
En ese instante concebí mi venganza. Benévolo, manifiestamente apiadado, nervioso,
evasivo, agradecí a Carlos Argentino Daneri la hospitalidad de su sótano y lo insté a
aprovechar la demolición de la casa para alejarse de la perniciosa metrópoli, que a nadie
¡créame, que a nadie! perdona. Me negué, con suave energía, a discutir el Aleph; lo
abracé, al despedirme, y le repetí que el campo y la serenidad son dos grandes médicos.
En la calle, en las escaleras de Constitución, en el subterráneo, me parecieron familiares
todas las caras. Temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme, temí que no
me abandonara jamás la impresión de volver. Felizmente, al cabo de unas noches de
insomnio, me trabajó otra vez el olvido.

Posdata del primero de marzo de 1943. A los seis meses de la demolición del inmueble
de la calle Garay, la Editorial Procusto no se dejó arredrar por la longitud del
considerable poema y lanzó al mercado una selección de "trozos argentinos". Huelga
repetir lo ocurrido; Carlos Argentino Daneri recibió el Segundo Premio Nacional de
Literatura(2). El primero fue otorgado al doctor Aita; el tercero, al doctor Mario
Bonfanti; increíblemente, mi obra Los naipes del tahúr no logró un solo voto. ¡Una vez
más, triunfaron la incomprensión y la envidia! Hace ya mucho tiempo que no consigo
ver a Daneri; los diarios dicen que pronto nos dará otro volumen. Su afortunada pluma
(no entorpecida ya por el Aleph) se ha consagrado a versificar los epítomes del doctor
Acevedo Díaz.
Dos observaciones quiero agregar: una, sobre la naturaleza del Aleph; otra, sobre su
nombre. Éste, como es sabido, es el de la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada.
Su aplicación al disco de mi historia no parece casual. Para la Cábala, esa letra significa
el En Soph, la ilimitada y pura divinidad; también se dijo que tiene la forma de un
hombre que señala el cielo y la tierra, para indicar que el mundo inferior es el espejo y
es el mapa del superior; para la Mengenlehre, es el símbolo de los números transfinitos,
en los que el todo no es mayor que alguna de las partes. Yo querría saber: ¿Eligió
Carlos Argentino ese nombre, o lo leyó, aplicado a otro punto donde convergen todos
los puntos, en alguno de los textos innumerables que el Aleph de su casa le reveló? Por
increíble que parezca, yo creo que hay (o que hubo) otro Aleph, yo creo que el Aleph de
la calle Garay era un falso Aleph. Doy mis razones. Hacia 1867 el capitán Burton ejerció en el Brasil el cargo de cónsul
británico; en julio de 1942 Pedro Henríquez Ureña descubrió en una biblioteca de
Santos un manuscrito suyo que versaba sobre el espejo que atribuye el Oriente a
Iskandar Zú al-Karnayn, o Alejandro Bicorne de Macedonia. En su cristal se reflejaba el
universo entero. Burton menciona otros artificios congéneres —la séptuple copa de Kai
Josrú, el espejo que Tárik Benzeyad encontró en una torre (1001 Noches, 272), el espejo
que Luciano de Samosata pudo examinar en la luna (Historia Verdadera, I, 26), la lanza
especular que el primer libro del Satyricon de Capella atribuye a Júpiter, el espejo
universal de Merlin, "redondo y hueco y semejante a un mundo de vidrio" (The Faerie
Queene, III, 2, 19)—, y añade estas curiosas palabras: "Pero los anteriores (además del
defecto de no existir) son meros instrumentos de óptica. Los fieles que concurren a la
mezquita de Amr, en el Cairo, saben muy bien que el universo está en el interior de una
de las columnas de piedra que rodean el patio central... Nadie, claro está, puede verlo,
pero quienes acercan el oído a la superficie, declaran percibir, al poco tiempo, su
atareado rumor... La mezquita data del siglo VII; las columnas proceden de otros
templos de religiones anteislámicas, pues como ha escrito Abenjaldún: En las
repúblicas fundadas por nómadas es indispensable el concurso de forasteros para todo
lo que sea albañilería".
¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y
lo he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y
perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.
A Estela Canto

(1) Recuerdo, sin embargo, estas líneas de una sátira que fustigó con rigor a los malos
poetas:
Aqueste da al poema belicosa armadura
De erudicción; estotro le da pompas y galas.
Ambos baten en vano las ridículas alas...
¡Olvidaron, cuidados, el factor HERMOSURA!
Sólo el temor de crearse un ejército de enemigos implacables y poderosos lo disuadió
(me dijo) de publicar sin miedo el poema.
(2) "Recibí tu apenada congratulación", me escribió. "Bufas, mi lamentable amigo, de
envidia, pero confesarás —¡aunque te ahogue!— que esta vez pude coronar mi bonete
con la más roja de las plumas; mi turbante, con el más califa de los rubíes."

Jorge Luis Borges.